La criptozoología es, etimológicamente, el tratado de los animales ocultos, de los términos griegos χρυπτος, oculto, ζωον, animal, y λογια,
tratado, ciencia. Es el estudio objetivo de los animales que únicamente
son conocidos por indicios considerados insuficientes por la mayoría
(testimonios, fotografías, rastros o piezas anatómicas), y que por
consiguiente no han sido catalogados oficialmente. Estos animales, que
se denominan críptidos, son desconocidos sólamente para la ciencia
oficial, puesto que en general no lo son para las poblaciones locales;
de hecho, las informaciones proporcionadas por éstas, sea en forma de
descripciones directas, de tradiciones o de leyendas, forman la base de
muchas investigaciones criptozoológicas.
No cabe duda de que es posible que existan aún en nuestro planeta
grandes animales sin catalogar. Durante todo el siglo XX y hasta el día
de hoy los descubrimientos de nuevas especies de animales de gran talla
se han sucedido sin interrupción. En los océanos, durante los últimos
años se han descubierto, entre otros, el tiburón Megachasma pelagios, de cuatro metros y medio de longitud, en 1976; y algunos grandes cnidarios, como, en 2003, Tiburonia granrojo,
una medusa de sesenta a noventa centímetros de diámetro que pertenece a
una nueva subfamilia totalmente desconocida hasta la fecha. En cuanto a
los grandes mamíferos terrestres, entre 1937 y 1993 se ha descrito en
promedio una nueva especie cada seis años, y este ritmo tiende a
acelerarse: Es de una especie cada dos años desde 1980. Entre los
descubrimientos más recientes se encuentran la gacela de Yemen [Gazella bilkis] en 1985, el canguro arborícola de Scott [Dendrolagus scottae] en 1990, el buey de Vu Quang [Pseudoryx nghetinhensis] en 1993, el muntiaco gigante [Megamuntiacus vuquangensis] en 1994 y el muntiaco de Truong Son [Muntiacus trungsonensis]
en 1997. (No está de más señalar que la mayoría de estas nuevas
especies ya eran conocidas por los indígenas de las regiones
respectivas.)
A pesar de estos hechos, muchas gente sigue considerando que la
criptozoología es una pseudociencia y no tiene razón de ser: Mantienen
que todos los grandes animales han sido descubiertos, que todo lo que
se descubre en forma de fósil está extinguido, y que toda tradición o
testimonio sobre seres desconocidos es folklore, confusión, ignorancia
o pura invención; ideas erróneas, que tienen su origen en una mezcla de
ignorancia y de arrogancia.
A diferencia de las pseudociencias, la criptozoología es una
disciplina objetiva, basada en hechos, que aplica estrictamente el
método científico: A partir de los indicios disponibles, plantea
hipótesis sobre la identidad, el comportamiento y la ecología de los
seres buscados; hipótesis que pueden ser verificadas con el
descubrimiento del animal. Tiene por tanto,
capacidad predictiva. Además, la criptozoología utiliza las mismas
herramientas matemáticas y estadísticas que las otras ciencias, en
muchas de las cuales (zoología, etología, ecología, arqueología,
paleontología, lingüística, psicología...) también se apoya; y ninguna
de sus hipótesis o predicciones contradice las leyes de la naturaleza:
La criptozoología no busca monstruos sobrenaturales, sino especies
animales de carne y hueso que, generalmente, no se diferencian
demasiado de las especies ya descritas por los zoólogos o
paleontólogos. Esto último es, al fin y al cabo, lo que permite a los
criptozoólogos formular hipótesis sobre la identidad de los críptidos.
Para otros, la criptozoología no es una disciplina científica porque
parte de indicios de validez discutible, como testimonios o restos
materiales dudosos. Pero la finalidad de la criptozoología es,
precisamente, la obtención de pruebas definitivas de la existencia (o
inexistencia) de nuevas especies a partir de dichos indicios.
Rechazar los indicios en los que se basa la criptozoología equivale
a confiar únicamente en el azar para el descubrimiento de nuevas
especies animales. De hecho, normalmente es así: Los zoólogos suelen
toparse con las especies nuevas por casualidad, generalmente cuando
están haciendo el inventario faunístico de una zona.
Un caso extremo, en el que un animal no fue descrito hasta que no
estuvo debajo mismo de las narices de los zoólogos, es el de la cebra de Grévy [Equus grevyi].
Esta especie, que se distingue de sus congéneres por la delgadez de sus
rayas, no fue descrita hasta que, en 1882, un ejemplar, regalo del
emperador de Etiopía Menelik I al presidente francés Jules Grévy, llegó
al Jardin des Plantes de París. Sin
embargo, ya en 1860, el explorador escocés James Augustus Grant
(1827-1892) había señalado la existencia de esta cebra en Abisinia, sin
que ningún zoólogo diera crédito a sus informes. Es más, este
inconfundible animal aparece representado en murales egipcios, en un
tapiz renacentista y en obras del naturalista italiano Ulisse
Aldrovandi (1522-1605) y del orientalista alemán Hiob Ludolf
(1624-1704).
Lo mismo ocurrió con el calamar gigante. Desde tiempo inmemorial las leyendas escandinavas hablaban del kraken,
un monstruo-isla con tentáculos. Desde el siglo XVII se habían recogido
y conservado algunos picos y tentáculos enormes. El viajero italiano
Francesco Negri (1624-1698), en su obra póstuma Viaggio settentrionale
(1700), y el obispo noruego Eric Ludvigsen Pontoppidan (1698-1764), en
"Historia natural de Noruega" (1752), también describieron este animal.
En su Histoire naturelle des mollusques (faisant suite aux oeuvres de Buffon) (1801), el naturalista francés Pierre Denis de Montfort lo identificó con un pulpo gigante, al que denominó pulpo kraken.
En 1849, el zoólogo danés Johannes Japetus Smith Steenstrup (1813-1897)
propuso la existencia de un enorme calamar desconocido y, por fin, en
1857, publicó la descripción científica del calamar gigante del Atlántico, al que bautizó con el nombre de Architheutis dux; sin embargo, la mayoría de los zoólogos continuaron negando su existencia hasta finales del siglo XIX.
Por lo que respecta a las pruebas, la criptozoología se asemeja más a
la paleontología que a la zoología tradicional: En la inmensa mayoría
de los casos, los restos de que disponen los paleontólogos para
describir especies se limitan a fragmentos de huesos mineralizados o
simples rastros de huellas; estos restos, considerados suficientes en
esta disciplina, no serían jamás aceptados para la descripción de una
especie animal viviente. Así, la especie Gigantopithecus canadensis, descrita científicamente por el antropólogo norteamericano Grover S. Krantz en un artículo publicado en Northwest Anthropological Research Notes, y que está basada en ciertas huellas atribuidas al bigfoot (que, dicho sea de paso, tienen todos los visos de ser auténticas), no ha sido aceptada por la zoología oficial.
Talvez Te interese:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu email para poder contestar tu comentario